Innovación tecnológica e información

(Publicado en Andalucía Económica, Nov.1999)

Jesús Jiménez Segura

En un reciente artículo de The Economist se hablaba del fin de la era de la información y de los resultados poco "excitantes" de la misma y de como del interés por la información se ha pasado al interés por el conocimiento. Se añadía que según una investigación realizada en Japón, no se puede triunfar en los negocios sin crear conocimiento, incluso algunas empresas japonesas han creado el cargo de vicepresidente para esta área: "Cuanto mayor sea el volumen de información, mayor será la necesidad de contar con quienes puedan interpretarla."
Es indudable la importancia que determinados avances en las técnicas de registro y transmisión de la información han tenido en la evolución de las sociedades humanas. La invención de la escritura, la utilización de soportes cada vez más flexibles (papiro, pergamino, papel) el desarrollo de la imprenta,... han permitido una notable mejoría en la transmisión de la información u como consecuencia directa se han producido importantes transformaciones sociales. Basándose en estos hechos innegables y en una interpretación excesivamente audaz y optimista de los mismos, se han producido toda una serie de especulaciones teóricas sobre la denominada Sociedad de la Información: Desde los años 70 se habla y se escribe con gran entusiasmo de la "revolución" en las tecnologías de la información que resolvería los problemas comunicativos, educativos, de integración social e incluso conseguiría nuevas formas de participación política. Se pueden considerar como precedente las obras de MacLuhan donde se plantea la que será una idea base de la misma: las innovaciones tecnológicas determinan las transformaciones sociales y lo hacen de forma beneficiosa y con un progreso constante. Pero es en los años 70 cuando se desarrollan plenamente las formulaciones teóricas de la Sociedad de la Información: los autores más relevantes de esta corriente de pensamiento son Daniel Bell (The Coming of the Post-Industrial Society, 1973), Alain Touraine (La societé post-industrielle, 1969), Yonehi Masuda (The Information Society as a Post-Industrial Society, 1980) y Alvin Töffler (The Third Wave,1980); culminando ya en los 90 con las modernas utopías de Bill Gates (The Road Ahead, 1995) y de Nicholas Negroponte (Beeing Digital, 1995), sin olvidar la revista Wired que se ha convertido en el santuario de la modernidad "comunicativa" y donde las redes de ordenadores y el ciberespacio aparecen como la puerta a una edad de oro en la que desaparecen los problemas materiales.
Las premisas básicas de estos planteamientos podrían resumirse así: las tecnologías de la información gozan de una evolución positiva constante sin altibajos no retrocesos; estas tecnologías son el motor central del cambio social, cambio que se considera de carácter benéfico; su evolución llegará a un momento culminante (próximo) en el que producirá un bienestar en la Humanidad sin precedentes. Los hechos no parecen haber dado la razón a los profetas que pronosticaban una nueva utopía social centrada en la opulencia informativa. Frente al optimismo de estos autores no se pueden olvidar algunos hechos reales:
-- El proceso de innovación tecnológico no es un proceso de avances continuos, ni en la comunicación ni en otros campos. Es cierto que se producen importantes progresos pero también hay retrocesos, incluso durante un largo periodo de tiempo: la civilización china disfrutaba de la imprenta de tipos móviles 400 años antes de Gutenberg y del papel 1400 años antes que Occidente y sin embargo desde el siglo XVII sufrió un enorme retraso respecto a la tecnología europea. A esto podemos añadir los fracasos en la implantación de algunas nuevas tecnologías, como por ejemplo el programa europeo RACE de red digital de servicios integrados, o la norma europea de TV de alta definición (MAC).
-- Las tecnologías de la información, por sí mismas, no son las causantes de los cambios sociales; es el uso que se hace de dichas tecnologías el que puede producir transformaciones sociales.
-- Respecto a los planteamientos utópicos podemos decir que tienen la terca costumbre de no cumplirse salvo que ignoremos las enormes desigualdades mundiales en equipamiento de ordenadores, teléfonos o incluso de electricidad; el desequilibrio en el comercio de los grandes equipos necesarios para la transmisión de información; las insalvables diferencias en la posibilidad de acceso a información relevante entre una minoría muy reducida (como por ejemplo las grandes empresas transnacionales o los ejércitos de EEUU y otras potencias importantes) y el resto de la población mundial (incluidos la mayoría de los estados); el desequilibrio en la circulación de la información entre países ricos y países pobres; Todo ello redunda en una casi completa dependencia tanto en hardware como en software respecto a los EEUU.
-- Por último no podemos dejar de señalar una laguna habitual en las profecías "mediáticas": el papel que juegan los contenidos de la información. Desde el principio de las sociedades humanas las técnicas de información se han desarrollado para transmitir determinados contenidos por el valor significativo de los mismos. Por lo tanto, las características de cada nueva herramienta informativa serán más o menos provechosas en función de su utilidad para transmitir los conocimientos necesarios para los usuarios de dichas herramientas. A veces parece que las nuevas tecnologías se usan como un fin en si mismas y no como un medio para transmitir informaciones útiles.
Es imprescindible subrayar la necesidad de estructurar el conocimiento más allá de la mera acumulación de información. Y también es importante distinguir la información de los datos o señales que le sirven de soporte. Efectivamente, la información no es la suma de los datos que conforman un mensaje, sino que la información es obtenida, por el destinatario del mensaje, a partir de esos datos. La información que llega al sujeto receptor será el resultado de interpretar el significado de dichos datos.
Podemos disponer de más medios de adquirir información de una forma más rápida y pluralista, tanto en la forma de los soportes como en el origen de los contenidos. Pero la abundancia de datos no se traduce en un incremento eficaz del conocimiento de la realidad en la que vivimos. La forma en que se suele acceder a la información a través de las redes no favorece una imagen global y estructurada de la realidad. Se navega entre todo tipo de informaciones, originadas en los lugares más diversos del planeta, y referidas a temas heterogéneos, y todo ello a un ritmo que impide comprender y asimilar. [La preparación de textos para publicar en páginas Web se hace con criterios de máxima simplificación ya que el lector lee muy raramente una página Web palabra por palabra. Si además se tiene en cuenta su deseo de sobrevolar más que de leer, habrá que reducir los textos impresos en cerca de un 50% antes de prepararlos para la edición en línea, el vocabulario debe ser simple y además no es posible una sintaxis compleja. La calidad de la información queda reducida a lo esencial.
Y es que ha cambiado el sentido de la información. Hasta hace poco, una buena información consistía en proporcionar no sólo la descripción precisa -y comprobada- de un hecho, de un acontecimiento, sino también un conjunto de datos sobre el contexto de ese hecho, que sirvieran como elementos de juicio para que el lector comprendiera el significado profundo de lo que estaba ocurriendo. Se intentaba facilitar la respuesta a una serie de preguntas básicas: ¿Quién ha hecho qué?. ?Con qué medios?, ¿Dónde?, ¿Cómo?... y, sobre todo, ¿porqué? Y ¿cuáles son las consecuencias?.
De esta manera los hechos pierden, en gran medida, el significado que tienen en cuanto partes constituyentes de una estructura global. Se produce una fragmentación en la información en una cadena sucesiva de informaciones dispares; se pone el énfasis en el sensacionalismo, se da prioridad a las cuestiones incidentales sobre las básicas, en muchos casos hay falta de análisis y documentación, hay frivolización o simplificación, todo esto conduce en el mejor de los casos a la incomprensión, casi siempre a la ignorancia e impide que la gente esté adecuadamente informada. Como consecuencia, no se alcanza a ver el significado del todo. Podemos disponer de una gran abundancia de datos, pero en definitiva no son nada más que fragmentos inconexos, pequeñas piezas de un gigantesco rompecabezas, sin sentido propio.